OJOS DE
CIELO
El escritor escucho un
aullido, sentado en su escritorio en la planta alta de la cabaña,
sintió curiosidad,
miro por la ventana que daba al tejado, presto atención esperando
que se repitiera ese
inquietante sonido animal.
Más allá, en el
horizonte, se dibujaba la silueta de la montaña a la que ascendía
cuando la nostalgia
resultaba intolerable. Desde allí veía las luces de la ciudad en la
que en otro tiempo
tuvo su casa, su familia, su vida entera.
Volvió la vista sobre
el armario con la foto volcada hacia abajo, de su mujer e hijos.
Hace unos años había
pactado consigo mismo no conectarse con aquel recuerdo; que
lo llevaba a la escena
del fatal hallazgo que tanto lo torturaba. Los cadáveres de su
familia permanecían
intocables en su memoria así como cada uno de los detalles del
día fatídico.
La soledad que se
impuso para escribir su novela, lo aislaba de toda posible conexión
con el recuerdo que
tanto dolor provocaba cada vez que aparecia.
El aullido que había
escuchado ahora se tornaba más cercano y alternaba con
gruñidos. Tuvo miedo,
fue a buscar su escopeta en la planta baja y se quedó
agazapado en la ventana
esperando que apareciera la silueta peluda.
De pronto brillò en la
nieve una mirada casi blanca montada en un andar sigiloso; puso
la escopeta lista para
disparar y recordó que la distancia debía ser corta para acertar
al blanco.
En un instante se
cruzaron las miradas y vio su reflejo en las pupilas fulgentes.
Ya no pudo disparar, su
dedo se congelo en el gatillo.
Se se plantó en su
mente una pregunta
¿Cómo pudo el hereje
cegar la vida de su familia sin titubear?
Se abrio un instante
eterno.
Sintió una paz
abrigadora al darse cuenta de que a pesar de tanto dolor su compasión
seguía allí.
EL lobo y él se
hermanaron en la espera sin prisa del día de su muerte
Sospecho que volverían
a cruzarse.